Por: Lic. Nahomi Vargas Carrillo
Cuando era niña, jugaba a ser grande, inventaba todo tipo de profesiones para las que era una experta, nunca había hecho nada con tanta seguridad como cuando fingía serlo. Resolvía problemas, era capaz de tomar decisiones y siempre estaba feliz.
Estaba ansiosa por ser independiente, por crecer, tenía muchos sueños y nada se veía imposible, a pesar de la inmensidad del mundo. Nada era más grande que mi convicción y mis ganas de conocer lo que era nuevo, todo era fácil, la vida se trataba de hacer lo que me gustaba, decir lo que pensaba y ser congruente con ello.
Leer cuentos, o al menos ver las ilustraciones porque no sabía como hacerlo, era una experiencia sensorial mágica, me podía perder en esos mundos fantásticos y vivir mi propia historia dentro de ellos.
Conforme fui creciendo, me di cuenta de que cada vez sentía más miedo, el entusiasmo se iba perdiendo un poquito al ver la “realidad” del mundo. La maldad, las traiciones, las piedras en el camino para llegar a donde quería. Ya no podía bailar y cantar en cualquier lugar, ya pensaba lo que iba a decir, y si no tenía que hablar mucho mejor, ¿Qué podrían pensar los demás si me equivoco? Hoy con tantos cuentos y teorías ¿cuál debo creer? Seguramente la que pueda darme pruebas de su existencia, lo demás, solo son mitos sin importancia.
Ahora me doy cuenta de que no es que todos esos sueños hayan desaparecido, es que, en realidad, reprimimos nuestra personalidad y encapsulamos nuestro niño para que no siguieran dañándolo, lo escondimos en lo profundo de nuestro ser y modificamos nuestra actitud al gusto de aquellos que nos evaluaban con gestos y palabras.
Pero esa niña, jamás dejó de existir. En el fondo, sigo pensando en ese mundo mágico, sigo sonriendo y valorando detalles que hoy pudieran parecer insignificantes. Sigo teniendo la respuesta para todo en mi mente, aunque no la comparta. Hoy veo que “crecer” es darme cuenta lo mucho que quiero volver a ser una niña y lo mejor que puedo hacer es rendirle honor volviendo todos los días a esa naturaleza inocente.
En realidad, todos somos niños con armadura de adultos, sigamos jugando a crecer.