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HISTORIA DE LA FIESTA BRAVA EN MÉXICO (PARTE 2)

Por: Lam. Héctor Chávez Álvarez

En el periodo inmediato anterior a la Independencia de México surgieron famosos toreros como Tomás Venegas ‘El Gachupin Toreador’, Pedro Montero, Juan Sebastián ‘El Jerezano’ y Miguel García.

El 27 de septiembre de 1821, el Ejército Trigarante hacía su entrada triunfal a la ciudad de México quedando consumada la Independencia de México. Los festejos organizados para celebrarlo se especializaron en honrar al ejército que logró tan gran hazaña.

Después del despejo de la plaza, varios generales del Ejército Trigarante pisaron la arena para lucirse en las suertes del toreo, haciéndose notable entre todos el general don Luis de Quintanar, quien en 1822 expidió el primer reglamento taurino de la ciudad de México.

Al formar parte de la vida cotidiana, los acontecimientos sociales, políticos, militares y económicos tuvieron un gran impacto sobre la fiesta brava. En varias ocasiones se prohibió y después venían vientos favorables y volvía a la legalidad. Pero nunca se dejaron de realizar corridas, como suele suceder con ciertas prohibiciones de costumbres muy arraigadas y que forman parte de la historia y de la cultura; los toreros y el público se iban a otros estados cercanos a continuar la tradición.

Llama la atención la gran cantidad de Plazas de Toros que ha habido en la ciudad de México a lo largo de los siglos; platicaremos de algunas.

En 1851 existían dos muy populares, la de San Pablo, en el rumbo que conocemos como La Merced, y la del Paseo Nuevo, que se encontraba en el cruce de la actual avenida Juárez, Paseo de la Reforma y del entonces nuevo Paseo de Bucareli. En ese periodo los numerosos conflictos políticos y económicos, tanto internos como internacionales y las consecuentes guerras, no permitían la celebración permanente y constante de los festejos taurinos.

El 7 de diciembre de 1867 la fiesta brava sufrió un severo golpe, se publicó el decreto del presidente Benito Juárez, por el cual se prohibían los festejos taurinos en el Distrito Federal; no se mencionaba la razón. Al fallecer Benito Juárez en julio de 1872 la prohibición siguió vigente. El decreto permaneció por casi 20 años, hasta que el 17 de diciembre de 1886, durante el mandato de Porfirio Díaz, se publicó su derogación.

De inmediato se desató el más eufórico y desmedido taurinismo de la historia del toreo en México, comenta Miguel Luna Parra, estudioso del tema y aficionado de hueso colorado. El problema era que ya no había plazas de toros y rápidamente varios empresarios construyeron nuevos cosos, pero sin calibrar suficientemente las consecuencias; en menos de once meses ya existían cinco plazas con una capacidad de unos nueve mil espectadores. Además de que eran demasiadas, todas estaban cercanas, iban de la colonia San Rafael a la esquina de avenida Chapultepec y Bucareli.

Luna Parra, quien realiza un interesante recorrido por los lugares donde estuvieron esos cosos dice, “No tenemos conocimiento de un hecho histórico similar en la historia taurina de todos los países que presentan este espectáculo.” Platica que de enero de 1888 hasta el mismo mes de 1889 en que las cinco plazas estuvieron funcionando, se dio la abrumadora cantidad ¡de ciento cincuenta y un festejos taurinos!, lo que equivale a casi trece corridas al mes, caso insólito en el mundo.

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